Aún no había despuntado el alba, pero la claridad intentaba hacerse un hueco entre la ligera bruma que cubría la costa este de la isla. Los colonos como cada mañana apuraban sus desayunos, compuesto principalmente de pan, carne, salchichas y algún pescado ahumado de los restos de la temporada anterior. Cada uno de ellos en su residencia noble, para comenzar como cada salida del sol, una nueva jornada de trabajo, en las fértiles tierras de la isla de Settelandia. Pero la jornada de trabajo de hoy era diferente a lo habitual, debido a que mañana era domingo de Pascua y por tanto día festivo. Sería por esto o por que el día había amanecido esplendido, una vez el sol despunto por el este, trayendo consigo una fresca brisa marina que levanto la ligera bruma nocturna. Lucían una amplia sonrisa cada uno de los colonos camino de su lugar de trabajo. Unos en el campo, sembrando y recolectando trigo, que los panaderos convertirán posteriormente en harina, de finísimo grano, para elaborar con ella un rico y crujiente pan. Otros en las fundiciones y armerías, donde se forjan las diferentes aleaciones de metal que posteriormente a golpe de martillo, terminaran dando como resultado las mejores espadas de bronce, hierro y acero, que se conocen por estos mares del sur. Pero donde trabaja una inmensa mayoría de los colonos en esta isla, es sacando de las entrañas de la tierra los metales más puros, que la madre naturaleza y el pasado de los siglos, ha decidido agraciar a esta maravillosa isla. A golpe de pico y pala, cargando carretillas de sol a sol, se va extrayendo lenta, pero de forma continua el carbón más negro y puro, de las profundidades de las montañas situadas al este y noroeste de la isla. Al sur de estas últimas, más o menos a media jornada de viaje, se sitúan las minas de cobre, el cual reluce de forma mágica cuando los rayos del sol inciden sobre él. Si viajamos una jornada hacia el noreste, nos encontraremos con una cadena montañosa de la cual estos trabajadores infatigables extraen hierro. Continuando viaje hacia el este, divisando en el horizonte el mar, aun lejano, veremos otra cadena montañosa, diferente a todas las demás en la isla, más alta, más escarpada, en una palabra más “majestuosas” que ninguna otra. Que esconden en su interior el más preciado de los metales, aquel por el que los colonos sufren “fiebre” desde tiempos remotos,……..”el oro”. De aquí se sacaran las pepitas de este metal amarillo, que reluce tanto como el sol de mediodía en una jornada estival y que tan apreciado y buscado es por cada uno de los colonos. La jornada de trabajo va llegando a su fin, cuando el ocaso, tras una bella puesta de sol, da paso a una oscuridad, rota únicamente por una luna que no termina de asomar del todo en el cielo estrellado, pero que vera como esta víspera del día de pascua, una gran fiesta a lo largo de toda la isla, iluminara la oscura noche. Celebrando con ella la llegada de la primavera y el fin de un duro invierno. Las risas y carcajadas se entremezclaran, con todo tipo de brebajes de altísima graduación y demás viandas que se habrán preparado para la ocasión especial. Se bailara, se cantara, se reirá,,,,, y con las primeras luces del amanecer de este día de pascua, cada colono regresara a descansar a su hogar, para disfrutar de un merecido domingo de pascua de descanso.
Olvar76